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El poder de podar: El mundo del vino en AGOSTO

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En agosto, muchos vitivinicultores del Valle del Itata y del Bío-Bío dan inicio a la primera actividad del ciclo vegetativo de la vid, la poda.

Es uno de los únicos trabajos en el cultivo donde debe existir una comunicación directa entre el ser humano y las parras, ya que gran parte de la variabilidad en la que el hombre puede incidir en el desarrollo de las plantas, es mediante el tipo de poda, o bien, la fecha y horario en que se realice.

La poda en las vides, en una definición muy amplia, es cortar ciertas varas de una planta con el fin de esperar obtener una mejor calidad del fruto en su madurez (en términos de tipos de acidez y azúcares).

Para el origen de esta actividad he escuchado varias teorías, pero la mayoría apunta a que, antiguamente, en el viejo continente, los campesinos que cultivaban vides poseían animales de carga, como ganado de equinos o vacunos, con el fin de ayudarlos en el cultivo y transportar sus mercancías.

En los meses de invierno, los animales quebraban las varas de las vides buscando sobras de frutos, o de igual manera, comiéndose el pasto bajo éstas. En un principio, esto molestaba al campesino, pero llegando el verano, éste observaba que aquellas plantas que creía que estaban debilitadas, tenían frutos considerablemente mejores que aquellas por dónde no pasaron los animales.

Raúl Correa, podador de Viña de Neira, realizando una poda de recuperación en una vid de Moscatel de Alejandría con su cabeza no productiva. En esta poda se entrelazan 2 varas para desarrollar una nueva cabeza productiva.

En los primeros años de la vid, gracias a la poda se puede decidir qué altura tendrá ésta y dónde se desarrollará su cabeza, que es la parte superior del tronco donde crecen la mayoría de las varas.

Dependiendo de la cepa, del clima y del suelo, se puede hacer una poda para obtener un sistema en cabeza, de espaldera o parronal, donde, respectivamente, la cabeza se desarrolla a una altura sobre el nivel del suelo que es baja (≈ 50 cm), media (≈ 1 m) o alta (≈ 2 m).

En el Valle del Itata, la cepa Moscatel de Alejandría, con una tradición de 300 años, se cultiva mayoritariamente con un sistema en cabeza, a una altura muy cercana al suelo. Esta cepa tiene la particularidad de que periódicamente su cabeza comienza a pudrirse de forma natural, disminuyendo su rendimiento de racimos, pero a su vez, nuevas varas comienzan a emerger bajo su cabeza o desde sus raíces, las cuales pueden ser podadas para formar una nueva cabeza, y retomar así el cultivo estándar del viñedo.

Si me preguntan por alguna recomendación para Agosto, les podría sugerir un vino de Moscatel de Alejandría. Uno tiende a pensar que todos estos vinos son dulces, pero eso es erróneo, el dulzor con que quede un vino depende de lo tarde que se cosechen los racimos, de la deshidratación de los racimos (concentrando así sus azúcares), o mediante alguna técnica de vinificación.

Lo que sí es verdad, es que la Moscatel de Alejandría, en su esencia, es una cepa con una expresión muy aromática. Su nombre viene del latín muscum, que significa almizcle, una sustancia utilizada para dar más intensidad de aromas a los perfumes. Esta cepa, cultivada, cosechada y vinificada adecuadamente, puede otorgar un vino ligero, pero con carácter. Es ideal para acompañar estofados, legumbres o carnes blancas y, por otra parte, también existen espumantes de Moscatel de Alejandría.

¿Quieren conocer cómo se hacen los vinos espumantes?, ¿cómo se clasifican?, ¿cómo se abren sin desprender espuma? y ¿cómo se evalúan? Ese es un tema que abordaremos en la próxima edición.

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